Durante muchos siglos
de infames monarquías
absolutas, si un rey
se cagaba en tus muertos,
cagados se quedaban.
Pero ay de aquellos súbditos
que, osados, se atreviesen
a devolver la afrenta
cagándose en los muertos
del diarreico monarca:
porque estos sí la habían
cagado bien cagada.
Pero esto, como he dicho
al principio, ocurría
en los oscuros siglos
en los que éramos súbditos
de reyes absolutos,
y ya es, como los crímenes
de Franco, agua pasada.
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