En su huida hacia el borde
sin pretil del abismo,
fue arreciando el diluvio.
Aun así no eran freno
para su afán el légamo
ni la lluvia calando
su vigor hasta el tuétano.
Estaba decidido.
Después de mucho hurgar
en las cenizas yermas
de su antigua esperanza,
sólo había vislumbrado
un modo de alcanzar
un instante de calma:
entregarse al naufragio.
Entonces recordó
que se había olvidado
de regar los geranios.
¿ El geranio sigue la misma trayectoria que el ser humano ?
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