La distancia que media
entre el yo y el no ser
—esa imagen fingida
que construimos/derruimos
a nuestra enajenada
semejanza y a imagen
de nuestras privaciones—
es un no territorio
o abismo: un espejismo
consumido en sus sombras.
¿A qué fingir entonces
la jerga improductiva
del cántico y las manos
tendidas hacia lo otro?
Tal vez fuese mejor
—quiero decir con ello:
intrascendente— abrirse
en canal al silencio,
admitiendo que el yo
no es ni siquiera un sueño
fingido de un reflejo
ilusorio del otro.
Filosófico y existencialista te veo. Ojo que vienen los presupuestos
ResponderEliminar¡Verdadera terapia poética!
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