De súbito, te duele no sabes bien qué cosa. Un dolor moderado, o eso
crees, que no cesa un instante, dolor en cuerpo y alma, entero. No es
necesario que transcurra mucho tiempo para que comprendas que llegó con
vocación de permanencia; y se te hace insoportable y empiezas a hacer
planes y más planes en contra del futuro. Y es entonces cuando, como
por arte de birlibirloque, se te aparece entre sueños el bálsamo de
Fierabrás definitivo: en tu cadena favorita
—Te la "jinco"—, un manipulador de opinión te ofrece justo lo que
estabas esperando: un producto analgésico cuyo principal componente
activo, de nombre casi impronunciable con reminiscencias clásicas,
obrará en tan sólo unos días el prodigio de hacerte olvidar los malos
tiempos. Te tiras de cabeza a la farmacia. ¿Cómo te ha ido? —te pregunta
unas semanas después la farmacéutica, con la que coincides a la salida
de la consulta de un afamado hechicero. Oh, bien, muy bien —respondes
mintiéndote, porque aquella píldora color cielo aún sigue siendo tu más
firme y casi única esperanza de poder escapar de los infiernos. Pero
todo esto no son más que minucias. Sigue el dolor, pero has puesto tu
granito de arena para reactivar el consumo y devolver de este modo a
todo un país a la senda del crecimiento económico. !Enhorabuena!, ya
puedes considerarte un ciudadano modelo.
¡El placebo de la recuperación económica no atenuará el dolor a largo plazo!
ResponderEliminarQuímica contra el dolor espiritual
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