El cazador de pieles
Cocodrilos ajenos al hedor de la charca
compiten con el sapo
partero por el ósculo
letal de las sirenas.
No hay color: bajo el fango
los colmillos cariados
del cántico son fauces conectadas al caos
de la inmisericordia.
No hay dolor: no hay amor.
Hay harapos y vértigo de cenizas volcánicas
sepultando el deseo con sus babas de azufre.
Pero también hay náuseas
de semen putrefacto
adherido a las vísceras sin curtir del destiempo,
extirpando los cuajos sin fe de la ternura.
El aire huele a orgasmo prematuro y sudarios.
Con las primeras heces
del eclipse, la orgía
se desata y desprende
un aluvión de zarzas
ardiendo sobre el coito del junco y la libélula.
Dante se quedó corto
describiendo el infierno.
texto pantanoso y surrealista
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