Algo ha debido salirles rana a los franceses, cuando ha saltado tan colosal escándalo por el asunto del salario del peluquero presidencial. Y es que a los sufridos gabachos, reforma laboral mediante, han debido parecerles un exceso injustificable los 9895 euritos de vellón que ingresa mensualmente del erario público el cotizado rapabarbas, pese a sus dilatados horarios de currele y disponibilidad absoluta, según argumentan reputados portavoces del Gobierno Elíseo para tratar de justificar tamaña remuneración.
¿Un exceso? Ni mucho menos; un sueldo más que merecido y puede que hasta corto. Porque ¿quién le ha dicho a los franceses que tales emolumentos puedan venir motivados por cortes, lavados, marcados, tintes y otros potingues varios aplicados por el afortunado fígaro en la presidencial cabellera? Nadie. Porque lo cierto es que este sujeto es casi diezmileurista, no por su habilidad con las tijeras, sino por su impagable labor de asesoría en temas capilares. Y es que ¿quién mejor que un barbero podría ilustrar a Hollande acerca de las mil y una maneras y más posibles de tomar el pelo a los franceses?
Socialismo de peluquería y manicura...
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