IBEXISTÁN es un país de todos los demonios ―como aquel otro que describiera Gil de Biedma―, con una economía eminentemente rural de carácter feudal. La práctica totalidad de la tierra se haya repartida entre dos grandes compañías agrícolas que, pese a hacerse aparentemente la competencia, son propiedad de una misma familia. Estas dos compañías se dedican al cultivo del pimiento ―rojo y verde respectivamente―, ingrediente esencial desde tiempos inmemoriales en la dieta de los ibexistaníes.
¿La práctica totalidad? No, entre las tierras de esas dos grandes compañías hace décadas que, al modo de aquella pequeña aldea gala de ficción ideada por Uderzo y Goscinny, resiste una modesta explotación familiar dedicada al cultivo de la cebolla ecológica, regentada en los últimos tiempos por Ana María Izquierdo. Y ello a pesar de que, salvo contadas excepciones, los ibexistaníes, sin haber llegado a probarla nunca, detestan la cebolla.
Pero todo esto cambió de manera sustancial con la llegada a Ibexistán de Pablo Recio. Recio, un joven ambicioso, prepotente y arrogante, y buen conocedor de los sectores agrícola y agroindustrial, consiguió en un corto espacio de tiempo poner en explotación el inmenso baldío ―en torno a un 20% del total de la tierra― situado al sur de Ibexistán, así como, mediante el uso de avanzadas técnicas de mercadotecnia, comenzar a extender el consumo de cebolla entre los ibexistaníes.
Las pretensiones de Recio fueron claras desde un principio: ir ganando terreno al cultivo del pimiento hasta hacerse con la propiedad de la mayor parte posible de las tierras de Ibexistán. Y para ello, el primer paso que se propuso, fue hacerse a cualquier precio con la explotación de Ana María, mucho menos rentable en términos de producción, pero con un producto de probada y mucha más calidad. Eliminar al competidor más débil le dejaría manos libres para su pretendido asalto a los cielos. Y así inició una furibunda estrategia de acoso y derribo, enfocada en un primer momento a desacreditar los métodos de cultivo y comercialización de Ana María, pero que no tardo mucho en extender como mancha de aceite pesado al terreno de lo personal.
Pero con el paso del tiempo, y viendo que no alcanzaba los resultados apetecidos, decidió cambiar de estrategia y, a fin de unir fuerzas, propuso matrimonio a Ana María. Un matrimonio de conveniencia ―que Ana María aceptó de buen grado por mor de su gran amor por las cebollas―, cuya celebración sería aprovechada para tratar de convencer al mayor número posible de invitados de que invirtiesen en un sector de tanto futuro en Ibexistán como el de la nutritiva liliácea.
La noticia del enlace causó un revuelo sin precedente alguno en Ibexistán. E hizo cundir el miedo entre las mafias del pimiento. Apenas había otro tema de conversación y, siempre que eran interrogados al respecto, los allegados tanto de uno como de otro de los futuros cónyuges afirmaban con rotundidad que bajo ningún pretexto dejarían de acudir a la celebración de los esponsales. Pero en su confuso fuero interno, los de Ana María eran incapaces de olvidar los ataques que ésta había venido recibiendo por parte de Recio, en tanto que los de éste estaban concluyentemente convencidos de que, tal y como había venido repitiendo sin descanso tiempo atrás el novio, la novia era poco menos que una arpía que no merecía lugar alguno bajo el sol. Y el día de la boda, como consecuencia de la inasistencia de gran parte de los invitados, fue un desastre sin paliativos.
"El de la cebolla ecológica es un sector sin futuro alguno. No sé por qué demonios se me pudo ocurrir casarme con esta jodida zorra" ―declaró Recio justo al finalizar la ceremonia.
¿ Relato de ficción o hay un trasfondo político en él ?
ResponderEliminarBello, en cualquier caso
¡Realismo político!
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