Se pegan la gran vida
sin dar un palo al agua,
a base de explotar,
amén del medio ambiente,
a los trabajadores.
Viven como los príncipes,
mejor que dios, y tienen
la puta cara dura
de exigir sacrificios
al pueblo: menos paga
por mucho más trabajo,
pérdida de derechos
y quién sabe si pronto
—inmundos impotentes―
restablecer el mismo
derecho de pernada.
Y además, para colmo,
no está bien visto odiarlos.
¡Y hasta penado! El odio
no soluciona nada
—nos dicen sus lacayos―
y habrá que castigarlo
sin importar si de obra,
palabra o pensamiento.
Así que no los odio.
Y aun habiendo quien piense
que es por imperativo
legal, no es cierto. Así,
cuando a estos mamarrachos
fascistas les deseo
que una avispa les pique
en un huevo, que nadie
dude de que es con buena
intención, de que lo hago
desde el mayor cariño
y con todo respeto.
¡Sonrisa de grandeza que explota con franqueza!
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