Siguió el rastro de sangre amarilla. Olisqueando como un sabueso. Metódico como un shoshone a la caza del búfalo. Su entrenamiento había sido duro. E iba mejor equipado que cualquier soldado de élite norteamericano en misión secreta por el golfo Pérsico. "No puedo fallar, no puedo fallar" -se repetía, mascullando entre dientes-. Su error fue no contar con la violenta reacción de la criatura, cuando la tuvo a tiro y sin vía alguna de escape. Al despertar, lo primero que recordó fue aquel sabio consejo que, en su lecho de muerte, le dejó como único legado su padre: "Nunca en la vida, hijo mío, cometas el error de acorralar a un Pokemon herido."
Mientras haya pokemon dirán algunos. Ojala Dios y Cristo se pudieran ver y hablar con ellos. Toma.
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