en mi segunda noche
seguida en este horno
de la calle Castilla,
me tienta a dar a luz
un poema escatológico
y apenas sin sentido.
Y aunque siendo habitual
que estos sean los que al cabo
acaben por tener
más sentido, esta noche
me he prometido ser
menos borrico a fin
de perpetrar un bello
poema de amor platónico
—recuerdo con frecuencia
aquello que dijiste
sin que viniese a cuento
y aun no existiendo dudas
de que ardías en ganas
de gozar de una lúbrica
unión carnal conmigo,
de que de un polvo entre ambos
rien de rien, Edith Piaf.
Y si no lo consigo
—digo lo de no hacer
el borrico— prometo
que nunca habrá de ser
por no haberlo intentado.
Ahí voy. Te quiero tanto
y mi amor es tan puro
como el que profesaban
—nada de cuerpo- en alma
hacia el buen dios en su éxtasis
las santas… Bueno, no,
tampoco hay que pasarse
en cuestión de pureza.
Comencemos de nuevo.
Te amo, amor, tanto o más
que a la flor de la jara
la laboriosa abeja
que recolecta el polen
sin apenas rozarla…
¡Cojones, qué versitos
tan cursis como hipócritas!
¡Vaya mamarrachada!
A empezar otra vez
y a ver si a la tercera
va la vencida. Amor,
te escribo este poema
de amor —que ha de ser breve—
porque quiero que sepas
que aunque el amor no existe,
igual que ayer y siempre
esta noche me muero
por, para comenzar,
comerte todo el coño
y luego ya veríamos.
(Lo he intentado, palabra,
de honor, pero con este
bochorno no hay quien pueda).
(Sevilla, noche del 9 al 10 de junio de 2016)
Fotografía: Ignacio Úbeda Liébana
Cualquiera pensaría que estás en un picadero en lugar de una casa formal
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