No sabría decir con exactitud cuánto tiempo llevo aquí —creo haber
relatado ya que desde mi llegada, ni en una sola ocasión ha anochecido—,
pero por las veces he sido vencido por el sueño, calculo que desde
entonces hasta ahora han podido transcurrir entre cuatro y cinco meses.
Mis pies han sanado y, pese a que sigo estando pez en todo lo relativo
al idioma de estas buenas gentes, no sería aventurado asegurar que he
conseguido integrarme plenamente en la comunidad.
Paso la mayor parte del tiempo junto a... Bueno, tratar de transcribir
su nombre mediante la grafía de esta mi lengua natal sería una
tarea a todas luces imposible. Suena su nombre como los primeros trinos
de un jilguero en la amanecida. Así que he decidido llamarla María
Luisa. María Luisa es una mujer voladora que contribuye al bienestar
colectivo ordeñando nubes azules. De ellas extrae un licor euforizante y
muy nutritivo que es la base de la alimentación tanto de los animales
como de las personas que habitamos el oasis. Mi trabajo a su lado
consiste en sujetar la cuerda a la que asciende atada a los cielos, para
evitar que puediera ser arrastrada por el violento vendaval que sopla
en las alturas por las que discurren en tropel los rebaños de nubes
azules. Nunca antes había experimentado un gozo tan intenso como el que
me anega los cinco sentidos cada vez que la veo elevarse como un hada
por los aires. "Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado.
¡María Luisa! ¡María Luisa!”. Después de la tarea, hacemos el amor hasta
caer rendidos. Pienso a menudo que ya no sabría vivir sin ella. Y en el
dolor que anidará en sus alas cuando, con el corazón hecho añicos, le
tenga que decir adiós puede que para siempre, para partir en busca de
Wifiginio.
Que bello y romántico oasis, parece sacado de un cuento de las Mil y Una Noches
ResponderEliminar