Metralla, hijos de puta, humos, ruido,
10 céntimos de euro
para una niña ciega
vestida con un traje de pájaros y flores
a las puertas de un templo —eterno invierno—
tomado por jaurías de hipócritas blasfemos,
fosfoyesos y fútbol y payasos,
un francotirador con ojos de águila
y alma de cucaracha
como los presidentes —da igual negros que blancos―
de este infierno al que, estúpidos,
meneamos la colita como perros,
un niño negro y flaco como el cielo
bebiendo agua aliñada con petróleo,
un niño blanco y gordo bebiendo heces fecales
en un envase de polietileno,
una muchacha eslava o nigeriana
o belga o española sin recursos
chupando en El Retiro por 10 euros
el rabo a un miserable cabronazo,
un francotirador —el mismo― con sus ojos
de cucaracha y águila y sociópata
clavados en la puerta de un colegio,
un dron que se adelanta a su jugada,
suben como la espuma las acciones
de General Dynamics y BAE Systems,
cemento en la marisma, una ballena
vomitando en la orilla
que habrá de ser su tumba, toneladas de plástico,
flores de PVC manchadas con esperma
de obispos sifilíticos, esmog
de nuevo sobre el Támesis,
torpes hijos de puta ―un terrorista
es siempre, aun sin saberlo, agente doble
al servicio de la ira y la codicia
de malos y peores―,
patrias, himnos, banderas, pan y circo,
credos, hijos de puta, hijos de puta, hijos de puta.
Me has dejado sin balas...
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