Luego de deambular a ver quién es el guapo que osaría estimar cuánto
tiempo a la deriva por estos pagos arenosos dejados de la mano del
diablo, he criado en ambos pies sendas criaturas a modo de ampollas tan
voluminosas como balones de reglamento. Pero ha merecido la pena el
esfuerzo. A punto de perder la esperanza, he dado con este oasis poblado
por gente amable y hospitalaria. Antes que cualquier otra cosa, he
tratado de averiguar si por aquí se sabía algo
de Wifigenio. Pero, a falta de un idioma común, no hay modo de
entenderse con los aborígenes del lugar. No obstante, por los
estridentes sonidos guturales que continuamente profieren niños,
adolescentes y algún que otro adulto, sé de buena tinta quién fue
finalmente el ganador de la Champions. Son una mezcla del aquel
aterrador mugido que emitía el tiranosaurio rey en Parque Jurásico y los
gruñidos de un gorila cabreado. En fin, no hay mal que por bien no
venga; ya no me duele tanto haberme perdido este otro más de tantos
partidos del siglo. De momento, permaneceré aquí hasta que mis pies
mejoren. Pero, pese a ser una empresa muy probablemente destinada al
fracaso, en cuanto me encuentre mejor, saldré en busca de Wifiginio.
Este lugar es un vergel, pero sin su compañía, “todo, todo, en el aire,
en el agua, en la tierra desarraigado y ácido, descompuesto, perdido”.
Qué bien, en un oasis sin wifi y sin cobertura de móviles. Felicidades
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