Aquel cuatro de abril se había programado un simulacro para ensayar el
modo de hacer frente a una emergencia ocasionada por la miseria. Todos
los servicios al efecto habían sido escrupulosamente preparados a fin de
evitar error alguno. Tras su puesta en práctica, y pese a su éxito
incuestionable, hubo que admitir que no había tenido utilidad alguna.
Una vez más la realidad superaba con creces cualquier tipo de
escenificación teórica.
Los pabellones deportivos se llenaron de mendigos que pudieron dormir placenteramente unas horas entre Cruz Roja y Damas de Caridad
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