Me dije una y mil veces —como afirman
que teorizase Goebbels—
que más pronto que tarde
el nunca acabaría
por un instante al menos
—y con eso bastaba—
rendido al para siempre.
Una y mil veces.
Luego,
ya más tarde que pronto,
—muy tarde— comprendí
que esas una y mil veces
me había estado mintiendo
—ah, maldita esperanza,
la más embaucadora
de todas las falacias—;
que este principio básico
de toda propaganda
sólo da resultados
para el otro y el odio,
pero nunca en cuestiones
del aprecio soñado
del otro hacia uno mismo.
Y ahora qué —me pregunto.
¿Enterrar los cadáveres
del siempre y la desleal
esperanza en silencio?
¿O, huyendo hacia delante,
repetirme una y mil
veces más mis mentiras?
Me digo que más pronto...
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