martes, 1 de marzo de 2016

El gran final


El 50 por ciento abandonada su lectura antes de haber llegado al centenar de páginas ―tal vez sea conveniente referir que ese 50 por ciento alcanzaría como mucho, y eso siendo muy generosos, el número de 10 lectores; que no estaban los tiempos para literatura. Otro 25 por ciento aguantaba a duras penas hasta la cuarta parte ―cuatrocientas y pico páginas de un grueso volumen narrativo que contaba con más de mil seiscientas. Pero al final, lo que se dice al final, sólo consiguió llegar José Manuel Loureiro, un paciente funcionario de prisiones jubilado, natural de Pontevedra y emparentado, según se había rumoreado desde el mismo día de su llegada al sur, con el mismísimo Francisco Franco, que se había aficionado a la lectura desde muy joven como insuficiente antídoto contra las náuseas que le producía el hecho de tener que ser testigo mudo a diario del trato inhumano al que eran sometidos los presos políticos en el Penal del Puerto de Santa María. “Lo mejor, sin duda, que he leído en mi vida ―se dijo-, pero pese a su indiscutible e inigualable calidad, para tan escaso como tardío grano, no hubiese hecho falta tanta paja”.

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