Aconteció en octubre.
La mañana era sucia
como un sudario hueco
y la lluvia tan agria
como un muerto nonato.
No puedo asegurar
que los hechos que ahora
rememoro —¡hace tanto
ya de aquel cataclismo!—,
sean fieles a lo cierto.
Pero no albergo duda
acerca del abismo
que junto a las palabras
nunca dichas abrió
entre tú y yo el silencio.
Mis ojos, anegados
por la bruma, buscaban
la luz de tu mirada
velada entre las sombras
que, perennes, sembramos,
en los vanos escasos
que anhelaba en los muros
de tu recia atalaya.
Creo que grité en silencio
blasfemias contra el ruido
de la lluvia y sus heces.
Pero mi fe era pobre,
y muchos los demonios
que, hacedores de límites,
negaban los plurales.
Y se hizo para siempre
el más lúgubre otoño,
como antesala muda
del último silencio.
Muy crepuscular y triste
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