Crece el ojo por ojo en este mundo
de lutos impostados
impuestos por el sesgo
de unos medios espurios
al servicio de aquellos
para los que las víctimas
mortales se dividen
en muertos de primera
y carroña invisible
sin derecho siquiera
a una esquela ridícula
en la sección de anuncios por palabras.
En esta noche triste de crimen y barbarie
no puedo ser París,
al igual que en la víspera
no pude ser Beirut
—más de cuarenta muertos y doscientos heridos
el doce de noviembre.
Y no es que no me duelan
las víctimas de El Líbano y de Francia.
Es que creo que los muertos
al igual que los vivos
no deberían nunca
tener patria o bandera.
Es que me duelen Gaza,
Iraq, Libia y el Yemen.
Y Siria. Y ese niño
que en este mismo instante
se está muriendo de hambre
en el Cuerno de África.
Es que me niego a ser,
en mi dolor, el luto
usado para el ojo
por ojo por las hienas
que siembran la semilla
de la guerra y el miedo
esperando una vasta
cosecha de carroña.
Es que me niego a ser
parte de esta rutina
de enfrentamiento y odios
que tiene al mundo ciego
al borde del abismo.
Hienas en lugar de hombres pueblan un mundo sin fe
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