Hay que extraer la piedra. Es urgente. Cuestión de vida o
muerte. O, acaso, de vivir o estar, sin ser, uncidos a la inercia de lo inerte.
Porque bajo el imperio de la piedra, su tiranía de horas ocres y gérmenes
punzantes de hambre y cepos, vivir es vegetar en la cloacas que acogen en su averno
la inmundicia de los tratantes de esperanzas, los cuerdos y sus jarcias de
araña, sus cordajes. El juicio interesado es una lacra que muda en albañales las
tahonas. La espiga sin simiente es un cadalso; vegetar o cariarse en un ergástulo;
dolor de savia y polen putrefactos, de coitos infecundos, de humo inicuo sin
llama, de sanguijuelas empedrando la aorta de los sueños. Hay que extraer la
piedra. A urnas y dientes. O a mazazos. La cor-dura es un juego de trileros,
piedra negra que miente, nos desmiente. La banca siempre gana. Hay que extraer
la piedra, dejar el corazón limpio de lajas. Para la libertad y el fruto. Para
que dancen en la noche las luciérnagas. Para arrancar del surco la ortiga y el
sermón, la distopía.
Nerudiano y complejo texto de poesía automática
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