le ha anidado en la sangre
perpetuando el invierno
de la piel hasta el tuétano.
No es más que un animal
cautivo de las sombras
heladas y asfixiantes
de un camión frigorífico
vagando a la deriva
como un bajel fantasma.
Un animal que apenas
siente el propio latido
ni el aire que penetra
diezmado en sus pulmones.
Un animal prendido
en la urdimbre de escarcha
que la ausencia ha tejido
en la boca del túnel
que conduce al Olvido.
Ya no duele la ausencia:
su adentro es intemperie.
¿Por qué, entonces, furtiva,
de cuando en vez asoma
una lágrima al ojo
y fluye mansamente
marcando como un hierro
al rojo la mejilla?
El sinsentido de la vida humana y sus emociones contradictorias
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