martes, 18 de agosto de 2015

El huevo

Súbitamente, el súcubo puso un huevo celeste. Una esfera perfecta. Después huyó del nido, sumiéndose en el vientre del subsuelo.  Yo lo incubé en mi boca, durante nueve meses y una noche, periodo en el que sólo me alimenté de estiércol y ojos de nigromante en pepitoria. Con la inicua eclosión, se hicieron para siempre las tinieblas. Olían a amarillo y eran frías como una noche en vela.

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