Qué habría de temer a estas alturas
si no soy más que un vástago –uno más-
dilecto del tormento y la derrota; si es mi esencia
la herida que sin ser aún cicatriz
se ve enfrentada, inerme,
al súbito escalpelo de una lucha
absurda, temeraria y desigual
perdida de antemano;
si nada he de ganar y nada tengo;
si la voz no me alcanza
para entonar un salmo
invocando al silencio.
Qué habría de temer. Por qué no cesa
un solo instante el miedo.
El miedo está agazapado y dispuesto a saltar cuando la felicidad se nos escapa
ResponderEliminar