Empiezas a escribir con la calor
que trajo a Huelva el aire sahariano,
y no sale ni un verso de tu mano
con un mínimo atisbo de valor.
Y sudas y te embarga el mal humor
y, henchido de fastidio y de desgano,
maldices a las musas y al verano,
bufando como máquina a vapor.
Y miras el reloj, ya son las cinco
de la noche y, "¡joder!, aún veinticinco
grados Celsius a fuego en el mercurio";
"Así quién coño escribe o duerme un pelo",
te dices y no encuentras más consuelo
que ir a hincharte de güisqui en un tugurio.
Gracias al cambio climático hemos vuelto a los bochornosos e interminables veranos de la infancia...
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