En nuestras agonizantes democracias, hablar de pactos poselectorales contra natura es hacerle el juego al régimen del bipartidismo alternante sin alternativas al servicio de las mafias del totalitarismo financiero. A priori, no hay pactos poselectorales contra natura. Contra natura es que los representantes electos por el pueblo olviden que están donde están para servir a los intereses ciudadanos, y no para satisfacer la codicia criminal de los grandes poderes económicos ni afanes particulares, ya sean estos personales o de carácter partidista-cortijero. Como contra natura es, pudiendo evitar lo antedicho, no hacerlo por temor a terminar hundido en el fango. Por el pueblo, por su bien, hay que perder ciertos escrúpulos y correr riesgos y mancharse, si es preciso, hasta el tuétano. Por el pueblo, siempre poniendo mucha atención a la letra pequeña para evitar venderle el alma sin saberlo, se debe estar dispuesto a pactar, si las circunstancias lo requieren, con el mismísimo diablo, a fin de contener sus perversiones. Y recordar que el diablo, cuando se siente acorralado, siempre tratará de pactar consigo mismo -con su otro ego en el espejo- para continuar perpetrándolas a sus anchas.
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