Cuando en España oímos hablar de corrupción, enseguida nos vienen a la
mente nombres como Bárcenas o Urdangarín, o casos como los de los ERE y
los cursos de formación en Andalucía, la Gurtel y un tan largo etcétera,
que a algunos se nos empieza ya a antojar interminable. Como el número
Pi. Y, pese a estar ya tan acostumbrados a ello, todavía a veces nos
sorprendemos exclamando “qué barbaridad”. Pues sí, qué barbaridad. Pero
con tal exclamación nos quedamos muy
cortos. Porque todos los casos citados y por citar no son más que la
punta del iceberg de la corrupción, y, bajo la superficie de esas aguas
revueltas ganancia de puñeteros embaucadores, enmascarada, se halla la
otra corrupción, la gran corrupción, la madre de todas las corrupciones y
hasta del cordero. Un bloque de hielo tan descomunal y nocivo, que ya
hace tiempo echó a pique el Titanic de lo que nunca llegó a ser en
España plena democracia. Esa gran corrupción cuyo mayor exponente hasta
la fecha ha sido la modificación del artículo 135 de la Constitución, y
que conforma una perniciosa urdimbre legislativa que, dispuesta a modo
de pegajosa tela de araña, cumple casi a la perfección la función de
atrapar entre sus hilos al pueblo para ponerlo a disposición de la voraz
viuda negra de las mafias del totalitarismo financiero. Y ahora que me
vengan con el cuento ese de las leyes y los portales de transparencia. O
de las bondades del TTIP.
Al capitalismo financiero ni mu,
ResponderEliminary que deshaucien tú,
que Bruselas nos controla,
y nadie se salta esa ola