Bajo un cielo sin luna
ni estrellas resplandecen
mis huesos amarillos
mondados por la ausencia.
Pero el cielo no es cielo,
es un cuenco vacío
donde anida el gusano
de la desesperanza,
aguardando el instante
propicio para ahogar
los salmos, reduciendo
a polvo la distancia.
(Los muertos siempre acaban
por encontrarse. ¡Lástima
que, muertos, sean olvido!)
No, no son olvido.
ResponderEliminarNo...
Un beso, Rafa.