Cosa que tengo por cierta:
que si aquellos que al currar
dejan siempre al personal
mudo y con la boca abierta
tenidos son por artistas,
es de lógica que advierta,
pues lo hace al pie de la letra,
que el más grande es mi dentista.
Cuando llamé yo a esa puerta
lo mío no era una boca
que más era fiesta loca
de piños y muelas muertas.
Mas ahora meses después
gracias a su mano experta
(qué suerte cuando se acierta)
he dejado los purés
y vuelvo a los bocadillos,
como aceitunas con hueso,
ya no atufo cuando beso
a las damas a tornillo,
he tirado las pastillas
Melabón y Nolotil,
si sonrío soy Brad Pitt.
Chuletón, no más tortillas,
se acabaron las papillas
y muerdo con tanta inquina
que doy un bocao a una esquina
y te hago una taquilla.
Si por ser un bien nacido
con quien te sonríe una vez
ya agradecido has de ser,
de acuerdo estarás conmigo
que diga como aquí digo
que a aquél que te convida
a sonrisas de por vida
le tengas por más que amigo.
Y termino ya enseguida
este rollo de monólogo;
jurando que mi odontólogo
más que eso es un druída,
el summum de la destreza,
y no digo con dos cojones
porque éste si se pone
ya no para cuando empieza
y no sea que oyendo el taco
quiera hacerme una limpieza,
o cambiarme alguna pieza,
o quitarme del tabaco.
Texto: Agustín Casado
Los dentistas, de tanto ver gente con miedo son lo más atrevido al hablar de dolores que no duelen que nunca he visto. Para ellos las bocas son como los coches para los mecánicos del taller, no tienen secretos de tantas que han manipulado. Eso sí, cuando el coche vuelve a funcionar estamos de mejor cara que cuando vamos al dentista.
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