Dime tú, amigo Moreno,
dime, Andrés, cómo explicar
el que hayan venido en dar
estos tres viejos abuelos
que además no tienen perro
en escribir, dibujar y editar
un casi infantil libelo
¡sobre perros!, toma ya.
Quizás viene esto a abundar
y a reconfirmar aquello
que dejó dicho años ha
mi vecino malagueño
Picasso frunciendo el ceño
y sonó como a boutade:
toda una vida de empeño
cuesta aprender a pintar
como un niño, dibujar
como lo hacen los pequeños.
Alcanzada ya la edad
vemos hoy cumplido el sueño
de este libro publicar,
y a la hora del bla, bla, bla,
los piropos halagüeños,
el posar los tres risueños,
que tampoco está de más,
yo me temo, José Luis,
que hoy este chisgarabís
va a tener que confesar
que mal que me pese a mí
el motivo que hay detrás
de meterme esta pechá
de tinta y de colorín
no es ni digno de alabar.
Como me llamo Agustín
que igual que éste otros mil
tendría que dibujar
sin reclamar un chelín
para hacerme perdonar
y poder quedarme en paz
por lo que ahora van a oír.
Tus razones tú sabrás,
que en lo que respecta a mí
no lo hago porque sí;
eso sí, gratis total.
Yo fui niño de posguerra
no un San Francisco de Asís,
con todo lo que eso encierra,
ya saben, grisura, mierda,
de esperanza tararí,
el futuro al ralentí,
de perros la vida perra
pintada de color gris.
Juegos eran de chaveas
ver el que más lejos mea,
robar en las sacristías
a los curas las obleas,
tocar el culo a las tías,
recolgarse del tranvía,
zurrarse con las correas,
correr de la policía…
y el pedrisco, la pedrea,
suerte ésta de artillería
para la que esta ralea
ocasiones mil tenía:
Mil chuchos sin pedrigrí
vagabundos por ahí,
otros parias de la tierra;
que aun sabiendo hasta latín
menos Pluto y Rintintín
de nuestra mano cerril
sufrían la suerte negra
que le trajo a Abel Caín.
Sin la play y sin la WI
nuestro juego era la guerra
y de juguete las piedras.
Y les tengo que decir
que, aunque ya decirlo aterra,
convertido yo me vi
en pirata somalí,
en un perro de la guerra
que a los perros tira piedras.
De trofeo un pictolín
al que atina y al que yerra
tras quedarse sin botín,
la rechifla, el ji ji ji,
el vacío que destierra
de aquella horda ruín
al manta que no celebra
cada acierto, que se arredra.
¡Guernika en Ciudad Jardín!
Lejana infancia gamberra
de la que me arrepentí
para siempre el día que di
una pedrá en la cabeza
cual daños colaterales
a uno de los chavales
que formaba en la jauría,
la de dos patas, la mía.
Que para colmo de males
lo que es la puntería
de aquel Atila mochales
no valía dos reales
y así los occipitales
de la infiel infantería
más peligro aun corrían
que los de los pobres canes.
Y dejé la cacería.
No se imaginan ni cuáles
fueron mis remordimientos
y aun después de tanto tiempo
yo les aseguro, amigos,
que la culpa que aquí siento
me hace de perdón mendigo.
Y es por eso que les digo,
y al decírselo no miento,
que desde el mismo momento
que habló Jose Luis conmigo
y me vino con el cuento
de este cuento de los cuentos
como un sabueso persigo
pagar por el sufrimiento
que importándome a mí un higo,
en un tiempo que maldigo
ocasionó este elemento.
Si a algún chucho di tormento
sea dibujar mi castigo.
Si que lo compren consigo
podré al fin dormir contento.
Texto e ilustración: Agustín Casado
Que preciosos y melancólicos recuerdos de una infancia que parece ahora tan lejana en la era tecnológica
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