Golpeó el viento la puerta con sus nudillos gélidos. La casa, pavorida,
respondió desde el fondo del salón de lectura. “Las musas han salido, no
queda nadie en casa.” Pero el viento insistió, mordió con sus colmillos
de cellisca los goznes abatidos de herrumbre, y derribó, ululando, la
madera minada por siglos de carcoma y abandono. Se detuvo un instante a
engullir con fruición, los poemas que, trémulos, huían en tropel desde
la biblioteca. Y al cabo, acompañado por su sicario el rayo, penetró
hasta los últimos rincones, reclamando su diezmo de cenizas.
A biblioteca perdida, poeta sin aliento
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