Llovió sobre los páramos
cien años y cien noches.
Fue un eclipse total
de horizontes y aliento,
borrando los caminos, anegando
la guarida del lobo, desbordando
corrosivo los cauces del reuma y el silencio.
Cuando ya la esperanza
yacía, agonizante,
rendida sobre un túmulo
de sodio y algas muertas,
anunció la mujer
del tiempo altas pasiones.
Yo me arranqué el paraguas
de la sangre y la médula,
y salí a la intemperie,
desnudo y sin quintante,
buscando un tallo firme
de espliego o arco iris
donde tender mis sueños.
Pero apenas salió
el sol, llegó la plaga,
devorando el plumaje
de duendes y luciérnagas,
dejando el firmamento
en los huesos, ungiendo
de penumbras los últimos
rescoldos de relámpago.
Llovía sobre mojado
y yo ya estaba a punto
de abandonarme al cieno
de la desesperanza,
cuando vino al alféizar
de mi miedo un mensaje
con forma de paloma.
Decía que vendrías
como un arca a salvarme
del destiempo y las aguas.
Yo te esperé cien noches
y cien siglos sin luna.
Pero tú preferiste
permanecer a salvo
en tu jardín colmado
de gerberas de plástico
y luz ultravioleta,
antídoto infalible
contra el tósigo dulce
del néctar de los sueños.
Bello poema de la ausencia que diría Miguel Hernández. Las mujeres del tiempo anuncian altas presiones, no altas pasiones, ojalá.
ResponderEliminarHermoso poema del paciente. A otros apenas les dura decinueve días y quinientas noches.
ResponderEliminarLa vida siempre es más valiente que nosotros...Para Vivir hay que arriesgarse...a menos que nos conformemos con el mero respirar
ResponderEliminar