Como cada tarde a las seis, ni un minuto más y sin una palabra, Lola se levantó pesadamente del sofá que compartía desde hacía mil años con Antonio y se dirigió a la cocina para traerle su café de las seis, ni un minuto más. Cuando él la vio volver con la taza dijo, porque sí y por primera vez en los últimos diez años, “te quiero”. Ella se volvió a la cocina para prepararle sumisa la infusión.
Texto e ilustración: Agustín Casado
¿ Relato del amor sumiso y rutinario?
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