Todo empezó con un gruñido.
De asombro, gozo, espanto
o, tal vez, de dolor
terminal sin consuelo.
Después vinieron miles,
millones de gruñidos similares.
Desde tribunas, púlpitos,
podios y pedestales,
los necios reclamaban,
a gruñidos, silencio.
Eran gruñidos simples,
sin imaginación,
invariables siempre,
que acusaban, severos,
a aquellos que gruñían
sin ser autorizados,
de ser innecesaria-
mente repetitivos,
de plagio, de perder
y hacer perder el tiempo
a ellos, los guardianes
del gruñido genuino,
poco más que el silencio.
Pero eran bien distintas las razones.
Porque, de cuando en cuando,
entre tantos gruñidos
iguales, por azar
o fruto de la lógica,
surgía un gruñido nuevo;
un gruñido avanzado,
subversivo, fecundo,
que ponía en cuestión
el orden instituido.
La historia subsiguiente
fue escrita con mordazas,
razias, persecuciones,
mazmorras y patíbulos,
que pese a su violencia,
no pudieron parar
esos nuevos gruñidos.
Gruñidos que a los hombres
dejaron por legado
lenguaje, discrepancia,
entendimiento, diálogo,
rebeldía y poema.
*todo el tiempo del mundo para perdurar gruñidos.
ResponderEliminarvolveremos fácil a los ((des))orígenes contaremos idéntca historia.
un descubrimiento, este blog
saludos
Muy darwiniano. Pero cúando surge la conciencia y no el instinto de que un gruñido es subversivo, cuándo se idean las tácticas y estrategias cerebrales para controlar el poder...
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