La última abeja ha muerto.
Los expertos afirman
desconocer las causas,
pero que, en todo caso,
el bichejo ha palmado
por propia voluntad
—qué desconsiderada,
venir a autoinmolarse a estas alturas—
y que sería absurdo
responsabilizar
al hombre de su muerte.
En cuanto al menoscabo
de puestos de trabajo
que ha ocasionado el óbito,
se muestran optimistas,
pues la reconversión
del sector de la miel
ya está en marcha hace tiempo
y pronto contaremos
con varios sucedáneos
dulces y nutritivos
fabricados en masa
y a un coste muy inferior
al de la miel genuina.
Respecto a los problemas
de polinización
de espacios naturales
y cosechas, sostienen
que la abeja mecánica
es ya tan eficaz
como su extinta hermana
y además no supone
riesgo de picaduras,
habiéndose integrado
como un insecto más
en el ecosistema.
En la comunidad
científica, pagada
por las grandes empresas
que fabrican en masa
el engendro mecánico,
no hay dudas al respecto:
la abeja de titanio
no sólo ha solventado
los posibles problemas
asociados al fin
del melífero insecto,
sino que hasta ha supuesto
ventajas evidentes
frente al original
para el ecosistema.
Pero el abejaruco
nunca estará de acuerdo.
Sin abejas que fecunden las flores dejará de haber belleza natural
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