El espíritu santo
decidió apostatar
cansado de ser siempre
el tercero en discordia.
“Pero tú eres mi Padre
–dijo el hijo- y no puedes
apostatar dejándome
huérfano de un plumazo.”
Entonces el espíritu
santo, un tanto molesto,
le respondió que aquella
tradición de mostrarlo
en forma de paloma
era una alegoría,
y que, no siendo un ave,
no estaba habilitado
para asestar plumazos.
“Por otra parte –dijo-
quiero hacerte notar
que, de las tres personas
de esta ininteligible
y extraña trinidad,
otro, y no yo, es el padre.”
Pero el hijo insistió
y, a modo de chantaje
emocional, clamó
ahogado en llanto: “Padre,
oh Padre, otra vez no,
oh Padre, dime por
qué me has abandonado.”
Y el espíritu santo,
ablandando y cejando
para siempre en su empeño
de apostatar, a un tiempo,
desistió de exigir
la prueba de ADN.
El espíritu santo lo creó la iglesia en la añoranza pero presencia invisible del Cristo que se fue
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