Hubo una fiesta de disfraces. Una excepción —según dijo el
alcalde— fruto de la benevolencia del Jefe del Estado, que años atrás, tras
terminar la guerra, había prohibido al pueblo, la alegría y las máscaras. Era
el mes de febrero y hacía miedo y frío. De los montes bajaron, tocados con
capucha, los proscritos, con la esperanza de encontrarse con sus seres queridos.
Tres días después, al alba, murieron fusilados, tras sufrir un sinfín de espantosas
torturas.
Tu drama kafkiano rural vuelve a la postguerra civil.
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