Aquel fue un año sin verano. Y tampoco llegó la primavera. A mediados de
agosto, las nieves aún cubrían las almas temblorosas y los campos, y no
había fruto alguno ni hortalizas que llevarse a la boca. Las beatas, en
tropel, cada mañana, iban en procesión hasta la iglesia, para
encenderles velas a los santos, tratando de este modo de entibiar sus
manos ateridas, al calor de las llamas. Pero el templo era frío como un
muerto. A finales de octubre, sacrificaron ramilletes de ondinas que
sangraron como claveles vírgenes. Y el altar de la iglesia dio a luz una
hidra indómita que vomitaba sombras, aguanieve y granizo. Yo,
entretanto, rezaba a Prometeo, y, en el suelo del sótano, brotaban
hadas, sílfides, patatas y pan recién horneado.
Estás hecho un Plotino alejandrino revivido en 2015
ResponderEliminar