Hay un temblor profundo de vísceras que sangran. Amanece
bajo un cielo plomizo
que augura la inminencia de plagas y catástrofes.
De súbito,
la loba
se me muestra cantando.
Yo admiro su belleza y su mirada franca de pantera al acecho,
pero temo su aliento infectado de salmos.
Me han a-na-te-mi-za-do. No caben más recuerdos
de horizontes tullidos en mis manos vacías. Ahora debo apartarme
de la luz y las mieses
y trepar a las cumbres donde imperan perennes
la bruma y el anónimo
chillido, en el destierro, de las águilas.
Por eso entono un cántico
luctuoso e inaudible,
a la piel de los sueños.
Vaya, has cambiado el desierto sahariano por las cumbres nevadas, igualmente solitarias e inhóspitas
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