Se lamentan los hombres de que el hombre
tan sólo alcance a usar el diez por ciento
del vasto potencial de su cerebro.
Y sueñan con lograr, a no muy largo
plazo, ver superada tal carencia.
Sería necesaria, sin embargo,
una honda reflexión a este respecto,
centrada en valorar
si esta limitación, más que una tara,
pudiera ser un don,
un firme mecanismo
de defensa, expresión
del más alto escalón evolutivo:
alergia, a la manzana,
que impide abrir los párpados al hombre
y ver su sombra huera reflejada
en los inmundos muros de la cloaca
donde, precaria, tiene su guarida.
Sin nuestros cerebros no viviríamos en esta era tecnológica, sino seguiríamos siendo simios. Pero ¿Y cuando se cortocircuitan las neuronas?
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