En la noche impregnada
de bochorno hasta el tuétano,
un mosquito, zumbándome
al oído, me saca
de mi sopor sin fe
y ahíto de sueños rotos.
Observando su vuelo,
recuerdo aquel poema
que dedicó al zancudo
José Emilio Pacheco,
y, tras reflexionar
sobre sus enseñanzas,
aguardo a que, cansado
de husmear sin resultados
mi sangre, se detenga
en la pared umbrosa,
para, en un denodado
y generoso acto
de piedad, aplastarlo.
Me surge la pregunta ¿Qué hacia Francesco de Asis con los mosquitos?
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