A las puertas del templo
pordiosea un mendigo.
Cómo medir su edad
debajo de la costra
que igual que un tatuaje,
imprime la miseria.
Puede tener mil años,
no ser más que un cadáver,
o no haber ni nacido;
pero en sus ojos turbios
se advierte el sufrimiento
de todos los que fueron
de algún modo excluidos
desde el origen mismo
de la Historia del Hombre.
No reclama limosna;
se ha habituado al hambre
y al granizo golpeando
la piel de su esperanza.
En sus manos sostiene
un escueto mensaje
escrito en un cartón
con trazos temblorosos,
ante el que, indiferentes,
van pasando de largo
los devotos que salen
contritos de la iglesia
tras rezar el Rosario.
"POR DIOS, UNA PALAVRA
O UNA MIRADA HESQUIBA
QUE A PENAS ME PERMITAN
SOÑAR CON QUE UBO UN TIENPO
EN EL QUE ESTUVE BIBO."
Miradas turbias de mendigo, efectivamente, así las veía ya don Benito Pérez Galdos en su fortunata y jacinta...
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