Los siempre florecientes
servicios funerarios,
habiéndose adaptado
a estos tiempos canallas
de oligopolios ávidos,
han dejado de estar
en manos de modestos
empresarios locales
y ahora son gestionados
por grandes sociedades
que han trastocado el modo
ancestral de enfrentarnos
a la muerte. Y del duelo
doméstico, velando
al finado de cuerpo
presente a media luz
y al calor de los deudos,
hemos pasado al frío
luminoso y aséptico
salón del tanatorio,
con el muerto apartado
y bien refrigerado
para evitar que hieda.
Es todo más higiénico
y cómodo, sin duda.
Pero cuando se llevan
al difunto a la tumba,
caemos en la cuenta
de que no dispusimos
del contexto adecuado
para la despedida,
y el duelo suele hacérsenos
insoportablemente
doloroso y eterno.
Atinadísimo, como en casa en ninguna parte...
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