Con los hilos verdugos
de la tela de araña
que, en lustros de ignominia,
había eclipsado el alba
salpicando de sangre
la cal de las paredes,
tejieron una alfombra
para hacer desfilar
sobre ella, nos dijeron,
aires de libertad
sin ira. Sin embargo,
se respiraba un tóxico
hedor a charlatanes y trileros.
Pero habían extirpado
el olfato a las flores,
para ocultar, impunes,
bajo el tapiz mortuorio
barnizado de rojo
y amarillo, los huesos
de los muertos sin nombre.
charlatanes y trileros vestidos de altos cargos, efectivamente
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