Ya en el origen supe que no estaba
hecha tu miel para mis belfos. Hiel
y cardos mi destino. No tu piel.
Pero esa certidumbre no frenaba
mi ansias de argonauta. Así, nadaba
igual que un camarón, como un bajel
de cuento con el casco de papel,
siempre a contracorriente. Y apostaba
lo poco que tenía, que era todo,
por ti pese a que el premio era la nada.
Mi afán era nadar. Sin acomodo.
En medio de una mar fría, encrespada.
Sin cantos de sirena. Un mar de lodo
sin faro (el resplandor de tu mirada).
Nadar, eso era todo.
Y hoy nada queda: un asno, su alma en pena,
encallado braceando sobre lecho de arena.
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