miércoles, 15 de enero de 2014

Balón de oro (Agustín Casado)

El domingo de Vicente
no fue un domingo feliz
si quitamos el matiz
de que como casi siempre
con apuros su Madrid
y su portugués al frente
han ganado y nuevamente
mete arriba la nariz.
Menos mal, pensó Vicente,
menos mal porque el cariz
de color de regaliz
del domingo era evidente
cuando supo del desliz
de su niña Mari Fuente
que en visita vis-a-vis
con aquel chisgarabís
del moreno repelente
traficante de hachís,
en chirona actualmente
mientras sale el expediente
pa’mandarlo a su país,
ha tenido un accidente
e, inconsciencia juvenil,
de la visita febril
de la niña al delincuente
barriguita de barril
ahora le trae a Vicente
y ser un hazmerreír
comidilla de la gente.
Menos mal que juega Cris,
comandante del Madrid,
mejor club de siglo veinte.
El despertador –ring, ring-
siempre odioso y estridente
a la mañana siguiente
lo despierta a un lunes gris
y ahí tenemos a Vicente
que sin parar de gemir
y siempre del llanto a un tris
se quema por lo caliente
del café, copa de anís,
y se encamina obediente,
humillada la cerviz
por un sueldo que ni a mil
llega con los alicientes.
Hoy permiso ha de pedir
para el médico pues siente
unos bultos en la frente
que requieren bisturí.
Se lo dice al intendente,
y éste “que dice don Luis
que tranquilo puedes ir
pero que antes te presentes
en personal y que allí
te darán el pertinente
finiquito consistente
en veinte y un pictolín
y que tengas mucha suerte”
Con el despido en la mano
y como un desecho humano
encamínase Vicente
a ver a su cirujano.
Por delante once pacientes,
hasta que un “pase el siguiente;
buenos días, ¿cómo andamos?”
le permiten al doliente
y sus bultos craneanos
decir sin paños calientes
“¿Un tumor? Doctor, ¿es malo?
¿Quistes? ¿Grasa? “¿Un gordo grano?”
“Cornamenta arborescente”
diagnostica el matasanos;
“Tome calcio, es conveniente”
Mas no lleva suficiente
pa’copagar el copago
y va al cajero de enfrente
mascullando un me cago
en to’mi cenizo aciago;
“como tenga remanente
me voy a tomar un trago
y no de agua de la fuente.”
Mientras espera impaciente
que el cajero diga algo
un canijo maloliente,
soy el novio de la muerte
en el brazo tatuado,
con acento de aguardiente
“una ayuda pa’un hermano,
socorre a este ser humano”,
solicita humildemente.
De argumento convincente
la navaja de seis muelles
que le enseña aquel fulano.
Y se le llevó los veinte
que tenía en el Hispano,
le dejó un susto mediano,
de tan cerca vio la muerte,
y rebuscándose en vano,
para nada, inútilmente,
pues resultaba evidente
que no le quedaba un chavo.
Volviose a casa Vicente
aunque aún era bien temprano
a clavarse un Soberano
que necesitaba urgente
tras un día tan insano.
Por fin un golpe de suerte,
dice el hombre cuando advierte
que una gran mierda ha pisado,
mas no una mierda corriente:
un sombrero mejicano,
toda una torta de guano.
Llega a casa finalmente;
dos bombonas de butano
en el pasillo y enfrente
desde su alcoba se sienten
cuchicheos, voces, risas…
Su señora, qué inocente,
que a la pobre la divierte
un culebrón de Televisa.
Pero pasa y no la avisa
pues se acuerda de repente
que a las seis desde Suiza
la gran gala de la FIFA
decide quién finalmente
ríe el último su risa.
Se sienta nuestro hombre enfrente
de la tele. Es evidente
que ha cambiado la camisa
por un chándal con el siete,
y ataviado de esta guisa
y más atento que en misa
asiste devotamente,
en la mano un Soberano,
a aquel show resplandeciente.
Cuerpos que no son humanos,
el estilo más mundano,
las risas llenas de dientes,
diamantes en los pendientes,
en el once tres paisanos,
el mejor míster es Heynckes,
bien que con éste ya ganamos,
el mejor central es Ramos,
casi nadie el sevillano.
El otro Ronaldo, el gordo,
Zidane, esto sí es un moro
y no el de mi Mari Fuente,
don Florentino, ¡presente!
esa Irina, qué tesoro,
Zlatan, cara de loro,
Ni se da cuenta Vicente
de que suena el inodoro
y se marcha el del butano
porque flota en el ambiente
que el momento es inminente.
El bueno, el feo y el malo,
Ribèry, Messi, Cristiano,
y ese Blatter repelente.
Ni Frankenstein ni el enano;
con ese cuello de toro,
el más preciado tesoro,
entregan al lusitano
hermoso incluso en su lloro,
con su niño de la mano.
“No veas, niña, qué fuerte.
Yo soy un tío con suerte”,
dice en éxtasis Vicente
con sus bultos en la frente.
Y es que Vicente y Cristiano
cantar pueden ahora a coro
que les reconoce el foro
otra vez los putos amos
como acredita el marchamo
del jodío Balón de Oro.


Texto e ilustración: Agustín Casado


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