Joaquim descendía en tercera generación de la más famosa familia de detectives de su gran ciudad. A diferencia de su padre y de su abuelo, su escuela no había sido la calle, sino una universidad especializada en dos temas: El aprendizaje de todos los idiomas y dialectos hablados del mundo, y aplicaciones informáticas a las ciencias sociales.
Aquel día, cuando salió a su oficina, iba desasosegado. No sabemos si porque había olvidado su teléfono móvil, o porque éste se había quedado sin cobertura. Al menos, así su cuerpo no se pegaría los sobresaltos de las sucesivas vibraciones por llamadas o mensajes del dichoso aparatito. Una vez en su lugar del trabajo su estado de ánimo seguramente tuvo una brusca sacudida inicial; ésta sería de euforia (varios mensajes en la Red Social y en su Blog) o de depresión (nadie le había escrito, ni leído). En cualquier caso, la pantalla del ordenador le absorbió los cinco sentidos durante muchas horas. Tantas que, a la caída de la tarde, llegó a casa con los ojos secos y cansados de tanto fijar la vista. Y se acostó con un sueño recurrente: Una persona importante le enviaba un correo electrónico y él estaba dormido para leerlo.
(¢) Carlos Parejo Delgado
A mí hubo un tiempo en que me ocurría exactamente lo contrario; cada vez que sonaba el móvil, me daba un sobresalto, tanto que eliminé la vibración. Abrir el correo me producía auténtico pánico. En ocasiones, la tecnología aplicada al trabajo viene a convertirse en una pesada carga que te puede llegar a hacer enfermar.
ResponderEliminarPor suerte, ahora es muy diferente.
Saludos y un abrazo.