Lo peor no es no saber
nada de ti ni, habiéndote
dado ya por perdida,
echarte tanto en falta.
Lo peor, esto tan grave,
punitivo, y sin tregua,
incrustándose a golpes,
en los nervios, las vísceras,
el aliento, la sangre,
los muñones y etcétera,
es no poder decírtelo.
Alguna forma habrá para que lo sepa, quién sabe si no lo ha leído ya.
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