sábado, 28 de septiembre de 2013

Letra pequeña


Estaba más buena que un queso –no alcanzo a comprender el motivo por el que, siempre que pienso en ella, se instala en mi mente la imagen sublimada de un enorme y cremoso queso de tetilla, abarrotándola. Pero dejémonos de divagaciones que nada aportan en lo esencial a esta historia-. Estaba más buena que un queso y, amén de un ser magnético, era recolectora de almas. Todo empezó por necesidad –a fin de alimentar su día a día más desnutrido espíritu vacío-, pero bien pronto se vio iluminada por una vocación sincera e irrefrenable que la hizo ascender de manera meteórica –qué poco me ha gustado siempre utilizar esta expresión... Pero bien pronto se vio iluminada por una vocación sincera e irrefrenable que la hizo subir como la espuma –sí, mucho mejor así- en el escalafón de los recolectores de almas, alejándola de la aldea. Después de tantos años, y aun sin dejar nunca de tener la esperanza cierta de que terminaría regresando, todavía hay noches en las que no puedo evitar llorar su ausencia. ¿He dicho que era recolectora de almas? No es cierto. Es recolectora de almas; y hace un instante la he presentido acechándome tras la puerta. Pero ha llegado tarde. No sé de dónde sacaré fuerzas suficientes para soportar tener que estar llevando cada día flores negras a su tumba hasta el fin de los tiempos. Pero un trato es un trato, qué demonios.

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