Si llegase a tocarme el premio gordo
del cupón de los ciegos,
no puedo estar seguro pero creo
que podría reinar durante un tiempo
a lo largo y a lo ancho de mi ombligo
sin apenas problemas de conciencia.
Pero un día al mirarme por descuido
–y de esto no me cabe duda alguna–
en un espejo y verme, en mi estatura,
situado por debajo de la mierda,
me arrancaría el ojo de cristal.
El de cristal
y el otro.
Ojos que no ven corazón que no siente
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