El gallardo Gallardón
era en los lejanos días
que el resto de la jauría
se oponía en la oposición
una especie de tardía
pero fiel reencarnación
de aquel zoon politikon
de griega filosofía.
Con sus gafas de empollón
y más cejas que dioptrías
ejerce una progresía
se diría que de salón.
Cómo de progre sería
que convirtió en vicaría
su despacho y su sillón
y oficiando el protocolo
bendeciría la unión
de otro señor y Zerolo,
y una vez que los casolo
salir juntos al balcón,
siendo del pepé él tan sólo
quien no dijo maricón.
Nuestro progre en la alcaldía
dentro del escalafón
por medrar se derretía.
Madera de líder nato,
prócer de tanta valía,
se postula al delfinato
convencido sin recato
que la derecha sombría
en su figura tendría
modernidad para rato.
Pero pronto encontraría
la horma de su zapato
en doña Espe la arpía
que -se lo dice su olfato-
a alcanzar el estrellato
aspira también la tía.
Y como el perro y el gato,
como el gato y el ratón,
transcurrieron sus mandatos
Mortadela y Filemón,
que aunque agentes de la T.I.A.
del mismo bando los dos,
zancadilla y coscorrón,
y hasta episodios de espías
por coger aquel tranvía
doña Espe y Gallardón.
Mas llegada la ocasión,
doña Espe que se olía,
que se huele la corría,
que lidiar con la crujía
era más bien un marrón
dice adiós y buenos días,
dice muy buenas y adiós,
y allí deja al tontorrón
encantado todavía
cuando supo que ascendía,
porque el fatuo se creía
que ser ministro es ser dios.
Tras recibir la noticia
de que le daban Justicia
guardó bien en un cajón
el disfraz de Filemón
y esa máscara fiticia,
refundó la Inquisición
y actuando a la fenicia
lo primero que propicia
es hacer recaudación.
PPV en la justicia
como el Plus en el salón.
Y esa febril obsesión
por defender al no nato,
por que no haya asesinato
de óvulo ni embrión,
importándole un cojón
de gallina, ni de pato,
y haciendo ojos cegatos
al dramático relato
de miseria y privación
del nacido ya hace rato.
“Ser madre es lo más elato,
lo más noble, un subidón”,
repite con la emoción
que da haber hecho teatro,
“y hay que darle protección
diga lo que diga el tato”
Y se te cae un lagrimón.
Hasta que sabes el dato
impropio de tal beato
de que para ese contrato
de secre de dirección
no hubo renovación
cuando se supo que el talle
le crecía a barrigón.
La pusieron en la calle,
mas tuvieron el detalle
de mandarle Pelargón.
Uno es que se queda absorto,
pasmaíto, boquiabierto,
Albertito, don Alberto,
viendo cómo sois de cortos.
Que quieran llevarme al huerto
es algo que no soporto
pero aquí una idea aporto
por si resuelve el entuerto.
Y es que, de patas abiertos
en cuclillas y a lo tonto
dándoos vayan por el orto.
De esa manera por cierto
no corréis el menor riesgo
de precisar un aborto.
Ilustración y texto: Agustín Casado
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