A Juan Hernández, primo hermano de mi madre al
que todos sus allegados, independientemente de la relación o el
parentesco que con él nos ligase, conocíamos y aún hoy seguimos
recordando como "el primo Juanín", lo asesinaron una
lluviosa madrugada de abril en la Rambla de Santa Mónica, ya en las
proximidades del puerto de Barcelona. 37 puñaladas acabaron con su vida
unos días antes de su 27 cumpleaños. Corría el año 1970. Aquel suceso
ocupó durante varias semanas portada en "El Caso". Nunca se descubrió la
identidad de su asesino ni fueron esclarecidos los motivos de crimen
tan brutal; "algún asunto turbio" según la versión de la policía, que
abandonó toda investigación una vez que la noticia dejó de ser portada.
No en vano, el primo Juanín tenía una bien ganada fama de comunista;
había que echar tierra sobre el asunto. A sus familiares más directos
les contaron que la primera puñalada le había partido el corazón. Las
otras 36, salvaje e innecesario ensañamiento. Una muerte sin dolor, sin
sufrimiento alguno -dijeron los encargados del caso. Y, sin embargo, a
mi madre, cada noche de lluvia, continúan escociéndole las espantosas
cicatrices que le dejaron aquellas letales heridas.
Sea verídico o real, la dictadura envolvió el asunto en el silencio y el periódico vendió muchos ejemplares. Mísero final.
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